@desdelatribunaf
Erase una vez, una pequeña niña que vivía en un pueblo también pequeño, lejos de la capital. De la mano de su padre, la pequeña se acercó a un mundo diferente pero apasionante: el de los deportes. Primero fue el béisbol, luego el fútbol y el hipismo. Posteriormente cohabitaron con los anteriores el tenis, el baloncesto y la fórmula 1. Ese abanico de disciplinas desplegado ante ella, abonó la pasión por el acontecer deportivo y sus protagonistas.
La niña creció. Se formó en Ingeniería en la ciudad más cercana a su pueblo natal. Culminados sus estudios se aventuró a migrar a la capital con el fin de incursionar en el mercado laboral. En paralelo, mientras se daban los espacios, mantuvo su relación con los deportes, siempre como espectadora y aficionada, desde todos los medios posibles. En su experiencia metropolitana, recibió la bendición de poder asistir a los más variados eventos deportivos: juegos de béisbol, de baloncesto, una serie del Caribe y hasta un juego de las estrellas del baloncesto. Tuvo la fortuna de viajar y ser testigo de algunos encuentros en tierras foráneas (amistosos de fútbol de la selección nacional, juegos de beisbol en ligas del Caribe, NBA, grandes ligas y F1).
En el camino fue construyendo lealtad hacia algunos atletas y equipos. Su fanatismo la hizo palpitar de emoción cuando su equipo predilecto en la liga de béisbol profesional ganó un campeonato por vez primera, y lloró desconsoladamente las veces que se conformó con el subcampeonato o no clasificó. El fútbol le supuso un fenómeno interesante. Se hizo hincha ferviente de la selección del país de origen de su padre, y comenzó a seguir a la selección nacional de Venezuela, que en aquella época no exhibía aún la marca Vinotinto que hoy detenta. Sufrió horrores con cada gol recibido de parte de los grandes de América, y hoy en día sueña como muchos que la selección llegue al Mundial, sabiendo con orgullo que es de las pocas que veía los partidos de la selección antes del “boom” creado por el mercadeo y los patrocinadores.
Fue incomprendida por quienes no supieron leer cual era el motor que regía ese interés por los deportes, quizás porque ese mundo había estado reservado hasta hace pocos años al género masculino, y llegó a sorprender a algunos de ellos con su conocimiento deportivo. Ahora aprecia con alegría que muchas más damas se suman a ese placer por seguir al deporte, lo cual finalmente le ancló un sentimiento de pertenencia.
Ya en su adultez, sintió la necesidad de escribir. Pudo escoger entre varios temas, y sin embargo eligió compartir de aquel que para ella se compara con la dulzura y la complicidad del primer amor: el deporte. La madurez alcanzada hasta ahora le ha permitido manejar mucho mejor las derrotas de los equipos y atletas de sus amores, logrando manejar cierta neutralidad.
No es periodista pero siente muchas ganas de comunicar. Y desde su punto de vista de espectadora tiene la osadía de relatar como vive el deporte, como otra aficionada más: DESDE LA TRIBUNA.
¡Bienvenida!
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